Cuando vivía en Valencia, me mudaba de piso cada año.
Una locura.
Hasta ese momento, no fui consciente de la cantidad de cosas que una puede acumular
con la excusa del "por si acaso".
Cargada con cajas y mochilas hasta arriba de objetos que,
sólo les hacía caso en dos momentos:
Cuando decidía donde ubicarlos y para volver a meterlo en la caja de mudanza.
Harta de cargar tanto "ponganzo" (así es como llamo a todo aquello que no tiene utilidad alguna, como, los "recuerdos" que traen amigos y familiares de sus viajes. Pues eso: un ¿dónde pongo esto, madre mía?) inicié mi revolución minimalista: mi primera Pequeña Gran Revolución.
Comencé por los objetos que carecían de utilidad alguna y la ropa.
Que es lo que sueles llevar cuando compartes piso.
Reduje al máximo las prendas y con la única premisa de: si no te lo pones más de una vez a la semana, dónalo.
Tenía el armario a reventar de ropa, incluso con la etiqueta puesta.
En mi cabeza, el cable rojo se unió con el verde, y clik: enseñé la ropa a mis compis de piso y voló.
Mudanzas posteriores notaron los resultados de esta nueva iniciativa.
Ahora mi armario está formado por prendas versátiles, que se les puede sacar el máximo partido.
Una de estas prendas son los kimonos largos, puedes usarlos con un vestido lencero o camisero o de hilo, con un pantalón ancho y una camiseta, con unos vaqueros y camisa.
Si te han resonado esta historia, te invito a que no sólo formes parte de esta pequeña gran revolución sino que crees la tuya propia.
Los pequeños cambios pueden tener un gran impacto en nuestra vida y en la del planeta.